Adolf Hitler comprendió perfectamente que, para ganar una guerra, se necesitaban únicamente tres cosas: oro, oro y más oro. Por esa razón, a medida que los países europeos fueron ocupados, la primera orden que recibían los ejércitos de la Wehrmacht era acudir al respectivo Banco Central e incautarse del oro allí almacenado. Así, se requisaron las reservas de Austria, Checoslovaquia, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Italia, Yugoslavia, Albania y Grecia. Sin embargo, fallaron en el intento de hacerse con las de Francia, Polonia, Noruega y Dinamarca.
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