Hay personajes en nuestra vida política que siempre son considerados como dioses, hagan lo que hagan y digan lo que digan, y sus noticias en negativo tan solo se publican en letra pequeña; se asimilan a algunos entrenadores de fútbol que, después de fracasar en un equipo, son codiciados por otro y van rotando sin apenas desgastarse. Y esto es lo que parece ocurrirle a Rodrigo Rato.
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