Paul es una de las últimas personas que vive en un pulmón artificial y tiene problemas para mantenerlo en funcionamiento porque hace cosa de medio siglo que dejaron de fabricarse. Dice que a pesar de todo siente que ha llevado una vida plena –estudió derecho y montó su propio bufete– pero deberíamos tener presente su historia cada vez que alguien ponga en duda la eficacia de las vacunas.
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