Una vez dentro de un avión, los pasajeros con los que nos toca convivir el trayecto no se pueden seleccionar. Ahí entra el factor suerte, y podemos tener un vuelo tranquilo y apacible o, como en algunos casos sonados, pasajeros ruidosos, trifulcas y, en el peor de los casos, alguien tan cafre como para que el piloto decida dar la vuelta. En estas ocasiones, hasta ahora, pagaban todos por unos pocos. Una sentencia en Australia podría cambiarlo. La sentencia: deberá pagar el coste total del combustible desperdiciado del avión.
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