Uno de los fenómenos más singulares de la política europea tiene que ver con el Partido Popular (PP). No por su ideología ni por su forma de gobernar. Ni siquiera por la personalidad de sus líderes. La particularidad hay que vincularla a su enorme estabilidad electoral, algo inusual en un país dotado de un sistema formalmente proporcional, aunque convenientemente corregido para favorecer a los grandes partidos. En las dos últimas décadas su respaldo nunca ha bajado de los 8,2 millones de electores.
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