Cuando un pueblo asiste impasible al sepelio de su exiguo estado del bienestar, cuando permite que le roben su dinero y su trabajo, cuando permite que le cambien leyes por otras nada democráticas, ese pueblo es, cuando menos, el tonto del bote. A este pueblo desde 1998, con la reforma de la Ley del Suelo, se le sometió a un expolio sin precedentes. Políticos y funcionarios sin escrúpulos, promotores, constructores y comisionistas, banqueros todo poderosos. Ellos han sido las tres patas de una mafia que nos han robado el presente y el futuro.
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