La madre de José Díaz tiene 70 años y desde el viernes pasado no para de llorar. El motivo de su disgusto lo tiene bien presente todo el día, no necesita más que asomarse a la terraza de su casa para verlo. Desde allí, a menos de cincuenta metros, se ve la que fue su vivienda y su negocio durante décadas, un edificio de bajo y dos pisos que desde el viernes pasado está ocupado por varios desconocidos.El sábado se reunieron hasta nueve personas en el patio trasero y montaron una hoguera con armarios y sillas del interior, en una parrillada
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