El modelo tradicional de familia está tocado de muerte. La incertidumbre laboral y económica, que forma ya parte del ADN de los jóvenes, ha ralentizado el ritmo de creación de nuevos hogares hasta mínimos históricos, anticipando un desolador panorama demográfico. Las nuevas generaciones no aspiran necesariamente a tener hijos, ni siquiera a vivir con su pareja, al menos, en solitario. Veinteañeros, treintañeros e, incluso, personas que sobrepasan los cuarenta viven en pisos compartidos. Parejas y amigos, juntos y revueltos bajo un mismo techo.
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