No poder comprarse una casa es síntoma de la generación Z. Encontrar en el contenido cultural contemporáneo una suerte de cobijo identitario, también. Más allá del desfasadísimo estigma que recae sobre los jóvenes de hoy imaginándolos como un ejército colosal de zombies adictos a internet sin criterio ni madurez, observar a las nuevas generaciones a través de las pantallas, la música o los libros también revela cosas importantes: no son ni superficiales ni vagos ni victimistas, aunque todo el mundo haya creído que sí.
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