Ahora que está claro que con el Tratado de Lisboa la Unión Europea va a tener un presidente y un nuevo representante de la política exterior, los gobiernos de los países miembros empiezan a poner sus cartas sobre la mesa para negociar quién ocupará esos puestos. Demasiado poder y prestigio están en juego como para que el asunto se convierta en tarea fácil. La batalla ha comenzado y todos saben que los primeros que asomen su candidatura pueden ser los primeros en abrasarla.
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