Navalquejigo era un pueblo fantasma. Un esqueleto de casas de piedra corroído por el tiempo y el éxodo rural. Donde hoy se ven pequeñas huertas, antes sólo había zarzas. Lo que hoy son tejados con chimeneas improvisadas, antes eran escombreras. La reconstrucción de esta aldea de la sierra de Madrid no la impulsó ningún ministerio para el reto demográfico. Tampoco un gobierno autonómico. Ni siquiera un alcalde. Las cuarenta personas que hoy viven aquí fueron levantando con sus propias manos cada una de las piedras derruidas
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