Cuentan que en los pequeños pueblitos que colman las cumbres de las montañas de Antioquia, las madres ya conocen el desmemoriado fin que la muerte ha escogido para la mitad de sus hijos antes de nacer. Saben de la maldición que persigue a su familia, saben que sus hijos morirán de la misma forma que como murieron sus madres, sus abuelos o sus tíos. Lo saben desde siempre, desde que tienen memoria, desde que empezaron a poblar aquellas lejanas laderas andinas, a más de dos mil metros de altitud.
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