El recepcionista me mira acongojado y musita un "no" que casi no se oye pero suena a portazo. Acabo de preguntarle si puedo usar la piscina del hotel. "No, no". "¿Pero no tiene, acaso?", escucho mi voz. Otra vez la congoja, la respuesta de ojos bajos. "Sí, pero usted no puede usarla". Yo. En los ocho días de estancia en Yeda para cubrir la Supercopa. Yo, mujer.
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