Pero, al final, el estrés que provoca en cualquier sociedad democrática una intentona secesionista que no cuente con un apoyo inequívoco, se acaba pagando muy caro en términos electorales. Sobre todo si el único desenlace posible es la derrota y sus promotores se empeñan en mantener el mismo relato. Ocurrió en Quebec y va camino de repetirse en Escocia, donde la autodestrucción del secesionismo escocés avanza a marchas forzadas.
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