El biólogo cántabro, de 49 años, se calzaba unas botas de agua y se lanzaba diariamente a recorrer junto a sus tres perros (dos labradores y un pastor canadiense que responden a los nombres de Huck, Marmota y Scrappy) los senderos de este lugar idílico donde solo un anacoreta o un loco podría vivir en casi total aislamiento. Él lo consiguió hasta que alguien acabó con su vida de un disparo en la nuca el pasado domingo.
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