La proliferación de los eventos -en detrimento de las salas, que programan menos y pierden público, año tras año- ha provocado que muchas empresas hayan pasado de ser proveedoras de servicios a promotoras de festivales. De los festivales públicos organizados únicamente por ayuntamientos hemos pasado a un modelo que exige colaboración entre el sector público y el privado. Y esto no siempre sale bien.
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