Pasada la guerra, los obispos, gobernadores, párrocos, alcaldes y asociaciones religioso-patrióticas de todo tipo empezaron a tomarse en serio el tema de la moralidad pública. Se promulgaron las llamadas Normas de Decencia Cristiana, con las que se intento transformar la faz externa de nuestra sociedad y reducir el peligro del sexo en la vida de relación hasta extremos realmente cómicos. Una muchacha que fuera un ceñida en su vestimenta provocaba burlas e insultos. «¡Va peor que desnuda!» se oía comentar.
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