Todo tiene un límite. Cada mañana con el estómago encogido, a la espera de si su nombre será el próximo, de si los rumores que corren por los cenáculos de poder se confirman. "¿Seré el próximo? Ni yo mismo sé de qué puedo ser acusado", reflexionaba uno de los miembros del gabinete de Sánchez esta semana. Se han incorporado al Gobierno perdiendo dinero y lo que les devuelve la acción pública es desprestigio. O así se sienten por ahora.
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