Para un menor de siete años un cambio obligado de centro educativo no es plato de buen gusto. Supone modificar unos hábitos a los que hay que adaptarse: distintos profesores, amigos, aula y actividades. Para A. M., el trago es mayor. Enferma de espina bífida le han dicho ahora, cuatro años después de su escolarización, que se ha convertido en un problema para su colegio, La Milagrosa, un centro concertado que gestionan las Hijas de la Caridad.
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