En los últimos años se ha venido produciendo una verdadera exaltación de la mediocridad que va in crescendo. En la década de los 90, el mero hecho de que a un muchacho no le gustase el fútbol era considerado una provocación por sus compañeros de clase e incluso por algunos profesores. Fuera del campo de la educación, éste amor por la mediocridad brilla con luz propia en el mundo de la política.
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