“Yo no cometí falsedad alguna contra los hombres... No he hecho lo que los dioses detestan... No he causado dolor. No he provocado hambre. No he hecho llorar. No he matado, no he ordenado matar... Yo soy puro.” Era con este discurso, recogido en el capítulo 125 del Libro de los muertos , como se presentaba el difunto ante un tribunal encargado de juzgar sus actos. Cuarenta y dos dioses encabezados por Osiris, rey de los muertos, debían dictar el veredicto. La inmortalidad solo podía alcanzarse tras superar con éxito este juicio.
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