Hubo un tiempo en que los bares se llamaban Bar La Farola, Bar Manolo o, los más audaces, Bar RoFer. En esto llegó el cachondeo al naming, y esto se convirtió en un sindiós: las calles se llenaron de tascas con nombres ingeniosos como La Tapilla Sixtina, Bar Veider, El Quinto Moño o La Birra de Brian. Y tras los bares llegaron las panaderías (Walking Bread), el pádel (Pádel Nuestro) o las reprografías (Harry Plotter). Hace cinco años, Miquel Caimary empezó a sacar fotos en su Barcelona natal de los nombres más curiosos y compartirlos en Twitter
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