Para examinar con un mínimo de eficacia las causas y remedios de la situación universitaria, conviene cuestionar de entrada una creencia que suele dificultar el análisis: la de que la educación y, en concreto, la universidad no deben estar “al servicio del mercado”. Este imperativo es, más que erróneo, ilógico. Tanto el mercado como su alternativa, la política, son mecanismos de decisión para asignar recursos escasos. La cuestión clave es cómo decidir el uso de los recursos para que estén realmente al servicio del ciudadano.
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