Un par de serpientes adormiladas sobre alfombrillas sucias era todo lo que quedaba a media mañana de ayer del habitual y fabuloso bullicio de la plaza Yemaa el Fna de Marraquech. No había clientes para despertarlas con música. Solo un triste tránsito de lugareños bajo una fina llovizna. En el resto de la ciudad, la vida, inexorable, había ya retomado su pulso tranquilo de día de rezo. Poco a poco lo haría también en la plaza golpeada por el terror.
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