El famoso escritor norteamericano fue lo que ahora llamaríamos un escéptico. Despotricaba de los clarividentes, las adivinas que leían la palma de la mano, las entidades sobrenaturales y cualquiera que promoviera absurdos médicos y estafas pseudocientíficas. ¡Cuánta falta nos haría ahora su ironía punzante! A él se le atribuye la famosa frase: «Es mejor tener la boca cerrada y parece estúpido que abrirla y disipar la duda».
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