Sostenía el filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein que no existen problemas filosóficos sino lingüísticos, y que el origen de no pocas discusiones –la existencia de Dios, mismamente– se debe, en última instancia, a un uso ilegítimo de las palabras. Esta sagaz intuición, más allá de la escolástica, es perfectamente aplicable a la política. Agazapados y viciándolos, buena parte de los discursos actuales esconden matices semánticos que nuestros políticos a veces ignoran, casi siempre confunden y con frecuencia se inventan
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