En un viaje al sur de Italia, coincidí con unos colaboradores que, en nuestro primer encuentro, me ofrecieron una bola de queso fresco de unos 100 gr como aperitivo previo a la comida. En el mostrador había un gran recipiente en el que flotaban esas esferas blancas. Era mi primera reunión con ellos y, aunque el queso fresco no es de mis favoritos, no quería comenzar el encuentro haciéndoles un feo. Así que, pese a mi reticencia inicial, le hinqué el diente y aún hoy lo recuerdo como una experiencia gustativa maravillosa. Se trataba de mozzarell
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