Hay (muchas) personas que viven permanentemente cabreadas. Todo les pone de los nervios. Se molestan por la foto que acaba de subir su exnovia a Instagram, por la forma de masticar chicle del chico sentado frente a ellos en el autobús o por la falta de consideración del compañero de trabajo que olvidó preguntarles por su estupendo fin de semana. Le dan demasiada importancia a cualquier cosa, y lo peor es que no pueden evitar hacerlo.
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