Los bruselenses gustan de definir su carácter como "zwanzer", una especie de bromistas acostumbrados a afrontar las adversidades de la existencia con desenfado. Nada lo representa mejor que el Manneken Pis: un bebé meando a la cara de todo el mundo. Resulta que la estatuilla también captura a la perfección el caos y la disfuncionalidad de Bélgica, un país ahogado en sus niveles administrativos. Hace algunos meses, un técnico municipal, Régis Callens, descubrió que la fuente derrochaba más de 1.500 litros de agua al día.
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