El maltrato, la violencia machista y el abuso no es un reality show. No es un corrillo de opinión y no es un circo mediático. No es tampoco una caza de brujas ni es un tuit de una ministra. Por eso es tan doloroso y tan repugnante asistir al desgarrador testimonio de Rocío Carrasco, llorando sin desconsuelo, y observar cómo los mismos que la condenaron ahora la elevan al altar del victimismo, entonando el mea culpa.
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