Tras agredirla sexualmente durante casi dos horas, tiró unos billetes sobre la mesa en la que ella comía un filete de carne que él le había cocinado. Joana, por aquel entonces una cría rebelde que vivía en un centro de menores de Palma, pensó: “Violada, sí. Pero puta, no”. Aquella niña empuñó e cuchillo con el que cortaba la carne y lo clavó en una de las manos de su violador. Luego, salió corriendo de la casa con la billetera de aquel hombre. Sabía que nunca la denunciaría. Y así fue.
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