Cada año, miles de españoles se dan cuenta al terminar la Navidad y coger el tren a la capital que en realidad no quieren estar ahí, pero no tienen escapatoria. Los rituales suelen ser los mismos. El abrazo resignado del padre porque "es lo que hay y hay que ganarse la vida", la pregunta de cuándo se verán por próxima vez, la maleta llena de alguna que otra prenda nueva para el frío y los tuppers hipercalóricos que servirán para llenar la nevera durante las siguientes semanas.
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