Mi abuela nació con un cuerpo diminuto y un nombre larguísimo: María de la Concepción Perpetuo Socorro Luisa Josefa Wenceslava Gosálvez y Otero. Pesó kilo y medio. Descubrí ambas cosas cuando ella ya había muerto. Para mí era Concha y siempre fue gorda. Una mujer sonriente y parlanchina que comía colocándose un pañuelito en el pecho con un alfiler de perla. Le tuve cariño, pero apenas la veía dos veces al año. Los Gosálvez somos así, despegados, dice mi padre.
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