Lo sucedido en el Ayuntamiento de Madrid es relevante porque es la primera vez que un dirigente de Vox muestra con su gestualidad corporal hasta dónde sería capaz de llegar a poco que las cosas se pusieran un poco feas. Ortega no agredió a Rubiño, pero dejó claramente entrever cuánto le hubiera gustado hacerlo. Su envergadura de casi dos metros inclinada amenazadoramente hacia el adversario, la mirada encendida, la disposición corporal en estado de alerta y la musculatura facial inusualmente tensa indicaban que Ortega se moría de ganas...
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