España quedó al margen de la primera revolución industrial y llegó tarde a la segunda. Un decalaje que ha arrastrado durante décadas y que explica, en gran medida, la brecha de renta con los países más ricos de Europa. Hoy, a caballo entre la tercera y la cuarta revolución industrial, la suerte le sonríe: con uno de los menores costes de la electricidad del Viejo Continente, tiene una oportunidad de oro no solo para frenar su temida desindustrialización sino para atraer actividades que hoy optan por otros países.
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