Gente celebrando la muerte de otro ser humano, personas acosando a la mujer de un torero, redes sociales con mensajes crueles contra los padres de un niño que se cayó al foso de un gorila y, por su culpa (dicen ellos), mataron al gorila… Eso desvirtúa el discurso. Nos convierte en energúmenos. Anteponemos nuestra ira a nuestro verdadero poder: el valor incontestable de nuestra reclamación. Me escandaliza leer que hay una tradición que considera que hay que asesinar a toda la familia del toro que acabe con la vida de un torero. Pero...
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