Al final, como dice Manu Chao, todo es mentira y de lo que se trata es, como Milton Friedman, de ser un padrino creativo e inventar buenos discursos -religiosos, políticos, económicos- que legitimen esa mentira que es la necesidad de contribuir a un bote común que otro -obviamente, siempre otro- regulará y redistribuirá por nuestro bien. No una necesidad ética, sino algo de profundo significado cósmico, inevitable e inexorable. La victoria de este discurso es cuando el crédulo lo asume como ley natural y es entonces que deviene hegemonía
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