Cuando estaba haciendo sus prácticas médicas rurales, Edward Jenner (1749-1823) atendió a una chica que lo consultó sobre unos granos que tenía en la piel. Ella trabajaba como ordeñadora y le dijo casualmente: "Sé que no es viruela pues ya me dio viruela bovina". Esas pocas palabras hicieron que Jenner recordara que en la región de la que él venía también se decía que quienes contraían viruela bovina al ordeñar vacas quedaban inmunes a la viruela
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