Recuerdo la hora del patio como un lugar para relajarse, para soltar las tensiones de las clases, para reir, saltar y disfrutar con los amigos. Ese momento en el que sonaba la sirena y todos nos levantábamos de golpe, tirando las sillas, mochilas y mesas esperando las órdenes de la profesora para salir disparados, con nuestros bocatas envueltos con papel de aluminio, no se olvidan fácilmente. Lo más gracioso era ver, dependiendo del año, las modas que se regían en esos 30 minutos de alegría.
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