Que Santos haya obtenido el Nobel de la Paz aun cuando la paz continúa siendo una incógnita en Colombia no debería ser tan sorprendente. La academia tiene una larga tradición de utilizar el galardón como resorte y mecanismo de impulso para acuerdos duraderos, y de tener un ojo acaso tuerto a la hora de premiar a políticos y figuras que, años después, mostrarían su más evidente fracaso en su búsqueda de la paz
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