Cuando vemos en la mesa de una cafetería un móvil con teclas y sin la pantalla lo suficientemente grande como para considerarlo inteligente, podemos pensar dos cosas: que pertenece a una persona mayor o que el dueño tiene serios problemas. Hoy, imaginarnos con uno de esos móviles que antes exhibíamos con normalidad nos produce la misma sensación de rechazo que vernos vestidos con pantalones de campana. Sin embargo, esos teléfonos-tontos sobreviven en el mercado y movieron el año pasado unos 7.000 millones de euros.
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