Allá por el siglo XV, en plena era Muromachi, el sogún Ashikaga Yoshimasa (1436-1490) presenció con horror la fractura en pedazos de su taza de té predilecta. Desconsolado, el augusto señor de la guerra ordenó la recogida de los fragmentos y su envío a la vecina China con la esperanza de que el buen hacer de sus afamados artesanos bastara para enmendar el desastre. Pero a su regreso, el sogún quedó consternado: sus trozos habían sido remachados con unas grapas metálicas de tosca apariencia. Así pues, no le quedó otra alternativa que (,,,)
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