Hay algo en la indescriptible poesía de una subrutina que genera pasión. Me refiero a la certeza del programador de que unas líneas de código serán capaces de llevar a cabo una acción. Y si esa acción emula el pensamiento humano, si esa acción es capaz de desafiar el intelecto, si puede «comprender» una posición de ajedrez, evaluarla correctamente y generar una respuesta, entonces, la pasión se desborda y surge la sensación de haber conseguido algo grande.
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