Solo Dios sabe lo que pasa en el seno de la Iglesia católica. O tal vez ni Él. Como en toda organización inflexiblemente jerárquica (el ejército, la mafia, las bandas terroristas), la Iglesia prefiere lavar sus trapos sucios en casa y con la puerta bien cerrada. El problema es que, según parece, no hay lavadoras en el mundo para tantísima mugre. Y, a medida que pasan los años, la porquería se va acumulando en la casa del Señor, desbordando las ventanas y derramándose a la vía pública. A la vista de todos.
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