El cambio climático y sus consecuencias se conocían bien desde el lejano 1979. Sin embargo, los gobiernos de las principales potencias del planeta, de la mano de la poderosa industria de los combustibles fósiles, decidieron dejar pasar las evidencias y hacer campaña para convencer a la opinión pública de que el consenso científico no era tal, de que la política medioambiental no debía frenar los intereses económicos de las empresas más contaminantes o de que, como poco, había tiempo por delante para reaccionar.
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