Los bancos de alimentos se han convertido en un serio obstáculo en la lucha contra la pobreza. Al prometer “acabar con el hambre” alimentando a los hambrientos, dan la tranquilizadora ilusión de que nadie tiene hambre – o si la padecen, es por su culpa. Permiten a los gobiernos eludir su obligación de garantizar la seguridad de las rentas para toda persona. Socavan la solidaridad social y la cohesión social al dividirnos en “nosotros” (los que dan) y “ellos” (los que reciben).
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