En su decadencia política, cuando parece próximo su fin político, Berlusconi tiene al menos un consuelo: la posibilidad de que sea recordado para la posteridad por sus escándalos sexuales; pasar a la historia como putero aficionado a las orgías y a las menores. Vaya consuelo, dirán algunos. Pero seguro que el primer ministro italiano está encantado con esa posibilidad. No sólo porque parezca orgulloso de sus aventuras, sino porque siempre será mejor que te recuerden como un playboy que como un corrupto.
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