Fue sobre todo en la Zaragoza terrible del cambio de siglo. Llevaba pelo largo y pantalones de campana, ya ven ustedes, y por ello me llovían frecuentes gritos de “maricón” desde uno u otro automóvil tuneado. Había incluso quienes bajaban el volumen de la música máquina con la que entretenían a los viandantes para que se oyesen mejor sus improperios. Los pronunciaban quienes llamábamos “macas”, wannabes de machos alfa que intentaban poner de manifiesto su adhesión al grupo.
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