En reuniones profesionales en las que era la única mujer he experimentado curiosos casos de invisibilidad pasajera. El hombre que estaba exponiendo el proyecto, un hábil conocedor de las herramientas comunicativas, iba dirigiendo de forma pausada y alternativa la mirada a los otros cinco ocupantes de la mesa. Sólo conseguí que hiciese contacto visual conmigo después de dos largos minutos con el cuello estirado hacia adelante mirándole sin pestañear.
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