En febrero de 1933, un mes después de la matanza de Casas Viejas, el capitán Manuel Rojas porfiaba con el director general de Seguridad, Arturo Menéndez, sobre si éste le había ordenado o no que aplicase la ley de fugas cuando en enero lo había enviado a Andalucía para reprimir una revuelta anarquista... Mira, ven. Le indicó la calle. ¿Ves aquella chiquilla? Es como si yo te digo ahora que bajes y la mates. Tú, claro está, no lo harías. Sí lo haría, contestó Rojas.
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